Así parecieron quedar luego de las elecciones de octubre. A poco más de cuatro meses de los comicios, un panorama de lo que fue y lo que vendrá.
El esfuerzo y la estrategia no alcanzaron. Decidieron apuntar todas las energías a una concejalía que finalmente no se obtuvo; en el transcurso de la campaña esa decisión trajo aparejados más problemas internos que beneficios.
El partido a nivel provincial no vio con buenos ojos no tener candidato a intendente, hubo quienes comenzaron a agitar fantasmas de alianzas encubiertas con el gobierno municipal que afectaron tanto que el mismo presidente del Comité local y segundo candidato a legislador, se podría decir, se bajó de la campaña en el último tramo. Unos proponían salir a confrontar con el gobierno, otros, mantenerse en la postura de no agresión. Finalmente esas diferencias de criterio se transformaron en diferencias internas, y la fuerza de la tarea se comenzó a debilitar hasta desdibujarse y dar paso a la inmovilidad.
“Faltó trabajo”, coinciden algunos de los que llevaron adelante la campaña. ¿Por qué? Es la pregunta, y allí la respuesta se abre en un abanico. Porque se confiaron, porque la grieta abierta entre el mismo grupo paralizó las acciones, porque ni el mismo candidato a gobernador pisó El Calafate ya que, según pensaban algunos de su entorno, la diferencia con Peralta aquí era irreversible y optaron por multiplicar esfuerzos en zona norte.
Se llegó incluso a una situación límite cuando surgió el acuerdo con la Coalición Cívica y apareció Juan Carlos Martínez encabezando una lista que intentaron proteger con el paraguas partidario y el rechazo absoluto del Comité local tensó aún más la relación con la UCR provincial. ¿Le quitó votos a Susana Toledo esa lista o los obtuvieron de otros ámbitos?
Casi solos, casi parias, los radicales enfrentaron una nueva campaña sin poder recuperar aunque sea en parte el espacio que supieron tener con el retorno a la democracia de 1983 luego del gobierno militar. Obviamente la polarización dentro del PJ fue otro de los argumentos esgrimidos como desencadenante del resultado, otra vez la Ley de Lemas jugaba a favor del oficialismo. Y la falta de recursos económicos, que bien se sabe, son indispensables para hacer proselitismo y propaganda.
Conseguir una autocrítica requirió de varios encuentros individuales con los responsables de la estrategia, la derrota electoral fue un terrible balde de agua fría que agudizó la quietud partidaria, hubo reuniones posteriores de análisis entre aquellos que iban al Comité pero no se llegó a dar a conocer una posición pública al respecto, hubo que reconstruir la historia como un rompecabezas.
Recién a finales de febrero algunos de esos dirigentes y militantes se volvieron a juntar y es lógico que así suceda: este año habrá renovación de autoridades partidarias, y algo deberán acordar si quieren tener aspiraciones a futuro. Hay quienes plantean una depuración, que finalmente se queden los que quieran estar para trabajar en una institucionalidad hoy casi inexistente, hay quienes pretenden cumplir su palabra de campaña y aún sin banca, tener una presencia activa en el Concejo Deliberante, llevando propuestas y participando de las sesiones.
Como en cada elección, los radicales debieron enfrentar con la misma energía al adversario político y las diferencias internas, el alineamiento del oficialismo los arrolla cada cuatro años, y todavía no han encontrado la manera de revertirlo o al menos, atenuarlo.